Sunday, July 13, 2014

Musicoterapia en Sa Residencia

MUCHOS AÑOS DESPUÉS, FRENTE A UN GRUPO DE ANCIANOS EXPECTANTES ANTE UN MONTÓN DE INSTRUMENTOS Y UNA CHICA ALGO RARA CON UNA GUITARRA, LA CANTANTE HABIA DE RECORDAR AQUELLA TARDE REMOTA EN LA QUE SU PADRE LA LLEVÓ -VERBALMENTE- A CONOCER AL MUSICO TITIRITERO..EL MUNDO ERA TAN RECIENTE PARA ELLA QUE LE LLEVARIA MEDIA VIDA INTENTAR NOMBRARLO...

Cuando era niña mi abuela paterna me contaba que no hacía mucho hubo una guerra pero que en “el pueblo” no sintieron nada..Tan sólo una vez pasó por allí un pequeño pelotón de melitares ( con e) que se llevaron a unos rojos.
  • “¿y quienes eran los rojos?”
  • “los malos”- me decía..bajando el tono de voz como para no meterse en líos, pero sin saberme explicar el sentido de esa combinación mental de color y maldad.En realidad, bastante había tenido ella con cuidar de su marido enfermo sin dinero y de sus hijos que trabajaron mano a mano en el campo desde bien pequeños. Mil y un avatares contados unos, silenciados otros, propios de una película de Almodóvar por ser irónicamente reales.
       Por otro lado, había oído que mi abuelo materno había sido rojo, que había luchado en esa misma guerra de la que hablaba muy abuela y hasta había estado en la cárcel. Entonces yo, que tenía debilidad por ambos, me quedaba callada y sin entender nada, pensaba que eso debían de ser “cosas de mayores” como me decían cada vez que se me vetaba el derecho de opinión ante algo ajeno e incompresible. En este caso en concreto el hecho de que todo ese jaleo de colores y guerras quedara relegado a aquel cajón desastre de los mayores me beneficiaba ya que podía olvidarme del asunto cromático y centrarme en amarlos apasionadamente.

          Era en ese Macondo de raya zamorana denominado “elpueblo” donde en una eterna posguerra de carencias y faena sin fin, la gente se divertía yendo “al baile.” El baile consistía- antes de que llegara el tocadiscos- en la llegada fortuita de un músico con instrumentos tradicionales, con un acordeón, dispuesto a desplegar una retaila de folklore de la zona, añadiendole coplillas y chascarrillo varios..A veces los niños se preparaban alguna comedia para ser representada. Imagino a mi padre en el campo recitando los romances de memoria en vez de estudiar para cantarle la lección al cura que le hacía de escuela para que pudiera ayudar en la casa con su trabajo. Era éso o quedarse analfabeto como mi abuela y era saberse la lección o llevarse un golpe..En eso consistía la pedagogía de la época: memoria a tortazos.Recuerdo de niña a mi padre, emocional hasta la médula, recitándome fragmentos de sus papeles principales y era entonces cuando podía ser testigo de sus lágrimas haciendo equilibrios mortales por el borde de su mirada.

     Hoy en la sala donde hacemos musicoterapia en la residencia conecto con esas historias: verbales, cantadas, silenciadas en un nudo en el estómago pero que son memoria de un mundo remendado que parece querer únicamente mirar hacia adelante recogiendo como propia una “cultura” inventada y superficial o exótica y lejana para que no duela..Entonces salto de mirada en mirada: desde una extrañada por la falta de memoria que conecta por momentos con nosotros a otra que sonríe nostálgica, de ahí a otra que interpreta con una solemnidad que me sonroja a ésta que improvisa como si le fuera la vida en ello. Es entonces cuando también mis lágrimas ejecutan equilibrios mortales por el borde de mis ojos...Algunas veces se precipitan al vacío y reconozco en ellas a mis ancestros recordándome que en realidad todos somos lo mismo, buscamos lo mismo, amamos lo mismo. Porque al final la música es esencia, es comunicación con y sin palabras que conforta y consuela en cualquiera de los dos bandos.


 

     

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