Monday, February 15, 2010

En un tren a Ginebra...




Un judío ortodoxo bajito y regordete entra en el vagón con esa prisa torpe propia de las mañanas en los trenes. Coloca sus maletas con impaciencia y después se sienta con cierto halo inocente, amarrados sus dedos a dos bolsas con idéntico número de nugelach. Su calva incipiente un poco disimulada bajo el kipá contrasta aún más con sus manos pequeñas, infantiles, al añadir un gesto también minúsculo de emoción contenida cuando se lleva un pedazo de uno de los dulces a la boca.

En el asiento anterior a él otro hombre también pequeño pero esbelto, de rasgos árabes, se agarra a una carpeta morada muy delgada, tan fina que delata que lleva documentos; una carpeta llena de folios sin importancia no se sujeta con tanta convicción. Este otro hombre vestido con ropa fuera de temporada que informa de su condición de trabajador poco cualificado,al menos en aquel país, deja que su mirada se deslice entre el paisaje abrumadoramente rápido y blanquecino que se ve por la ventana. Él sabe que en este viaje no le espera ningún sobresalto.

Sus rasgos horizontalmente lineales aprovechan los dos surcos que enmarcan sus labios grandes y perfectamente diseñados para endurecer un bello rostro que se pierde en su parte inferior en un kufiyya* estampado en ¡marrón!.

Ambos hombres, ausentes, van en un tren hacia Ginebra. No se miran, no se ven, pero tampoco se tiran piedras.


Al fondo del vagón una turista se entretiene haciendo fotos y pequeños videos del paisaje crónicamente helado con su teléfono móvil.

*También llamado pañuelo palestino.


En un tren a Ginebra, Enero 2010

1 comment:

Bípede Falante said...

Que belíssima e sonhada imagem!